El Nacional, Caracas, 10/09/13.
martes, 10 de septiembre de 2013
Cartelera cinematográfica
Ley de Cultura y cine rentista
Luis Barragán
Fenómeno sorprendente y revelador, la consideración del otrora Proyecto de Ley Orgánica no concitó el interés por debatir a fondo los problemas y las distintas perspectivas teóricas que comporta. Muy escasas veces, escuchamos planteamientos como los obviamente ventilados en el foro que realizó Carlos Guzmán para la maestría que dirige; tuvimos la mención decididamente esporádica de García Canclini, en una acera, mientras que, en la otra, la hubo sobre el neocolonialismo y la insularidad; alfileró la cultura como mercancía, en una emisión radial que tanto la deseamos para la polémica parlamentaria, o aquello de la dependencia cinematográfica con el imperio – naturalmente - estadounidense.
Puede decirse de una pobreza argumental que fue imposible de superar, entre otros motivos, por el tardío interés de la opinión pública, la absurda premura del oficialismo por sancionar el instrumento, y el diseño reglamentario que simplificó obscenamente el intercambio legislativo, a pesar de la trascendencia de la materia, para banalizarla. Sin dudas, hay una realidad sistémica que promete una sobrecarga y un cortocircuito, ya que no existe una convincente y elemental agregación de demandas, ni siquiera las formuladas por los propios partidarios del gobierno nacional que, rara avis in terris, claman por una unidad monolítica, compacta y asfixiante.
Días antes de iniciarse la segunda discusión del proyecto, tuvimos la ocasión de ponderar algunas de las consideraciones hechas por el representante de una entidad que agremia a distribuidores dizque independientes del cine, en la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional. Por el carácter de sus reclamos, enfatizando la lealtad hacia el consabido mandatario fallecido, concluyó en el predominio de la cinematografía imperialista en nuestro país, por obra de las empresas que monopolizan el sector.
No hubo ocasión de refutar a la persona invitada por la presidencia de la Comisión, remitida – entendimos – por la directiva de la Asamblea Nacional, pero nos sorprendió mucho una versión que choca con la de los aficionados, como el suscrito. La “transculturización” constituye un problema que la revolución no ha logrado todavía remediar, se dijo con un convencimiento total.
Preocupa porque hay una verdad aceptada y acatada, a pesar de las evidencias. La consigna trastocada en dogma, impide la más mínima interrogación en resguardo de la insostenible unidad, compactación y asfixia política que tiene por único porvenir el de imponerla al resto del país.
Meses atrás, a modo de ilustración, tuvimos ocasión de deleitarnos con un título de Lorena Pino Montilla y Frank Lugo Cañas, obsequio del profesor Guzmán: “Distribución y exhibición del cine en Caracas 1950-1960” (ININCO, Caracas, 2004). Versa sobre el comercio y la taquilla del emblemático cine citadino, relacionando las empresas y las salas de proyección, el precio de las entradas y la rentabilidad del negocio, la asistencia al espectáculo y la correlación de edades, entre otros datos reveladores.
La obra en cuestión, tiene por una inmensa ventaja la de fundarse en la Gaceta Municipal y los registros mercantiles, como – plus interesantísimo - en el inédito e incontestable cuaderno de ingresos de taquilla de diferentes salas. Y es que – sintetizamos – no sólo había una numerosa y superior competencia entre las diferentes empresas del ramo, sino que nos caracterizaba una mayor variedad de filmes procedentes de distintos países.
Empíricamente, tenemos la impresión de una anterior filmografía cosmopolita, sustentable, diversa y – valga acotar – afianzada por una crítica especializada, generadora de múltiples publicaciones e, incluso, empleos directos e indirectos, como ahora no la hay. Nos basamos en nuestro modesto testimonio personal, gracias a los circuitos públicos y privados que disfrutábamos (además, seguros), y – propensos a la vieja prensa – por las incontables carteleras cinematográficas que revelan una oferta cultural también alternativa. Sin embargo, ausente toda prueba, sobrevive la consigna dividiéndonos artificialmente, gracias a una increíble dosis de irracionalidad.
Luego, partiendo del supuesto de una entera penetración imperialista o neocolonialismo cultural, no contamos con explicación alguna sobre el contrastante predominio del cine hollywoodense y el monopolio de la distribución que se alega, desde 1998. Además, como refiriera la diputada gubernamental Gladys Requena, presidente de la citada Comisión, en la entrevista concedida a un diario de circulación nacional, confundiendo transculturización con dependencia cultural, la prevención y declarada alergia frente a las películas colombianas o uruguayas.
Añadamos otra circunstancia, como la promoción de una industria nacional únicamente de corte oficial, oficialista y oficiosa. Hablando de un determinado modelo de negocio, hemos tenido ocasión de apreciar, cuestionar y denunciar la inyección de cuantiosos recursos a proyectos filmográficos, decididos desde el más alto nivel gubernamental, consagrando el favoritismo (por ejemplo, http://www.youtube.com/watch?v=8gGURCKUwig), redundando en la sospecha de un extravío interesado que no significa una automática descalificación personal de los realizadores por parte nuestra.
Ordena la novísima Ley Orgánica de Cultura que ha tardado en promulgarse, la revisión de leyes como la del Cine, pero tal esfuerzo no debe realizarse si no media la palabra, la razón, la sindéresis y la disposición de rectificar en torno a aquél instrumento sobre el cual el TSJ ha de pronunciarse, interpuesto el recurso correspondiente de nulidad respecto al articulado que violenta la Constitución, El oficialismo llama al auto-engaño, fingiéndonos en una epopeya anti-imperialista, anti-colonialista y todo lo que acarreé el prefijo e su beneficio, pero la realidad es que el socialismo rentista inexorablemente produce un cine rentista, haciéndolo acá o importándolo.
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/7517471.asp
Luis Barragán
Fenómeno sorprendente y revelador, la consideración del otrora Proyecto de Ley Orgánica no concitó el interés por debatir a fondo los problemas y las distintas perspectivas teóricas que comporta. Muy escasas veces, escuchamos planteamientos como los obviamente ventilados en el foro que realizó Carlos Guzmán para la maestría que dirige; tuvimos la mención decididamente esporádica de García Canclini, en una acera, mientras que, en la otra, la hubo sobre el neocolonialismo y la insularidad; alfileró la cultura como mercancía, en una emisión radial que tanto la deseamos para la polémica parlamentaria, o aquello de la dependencia cinematográfica con el imperio – naturalmente - estadounidense.
Puede decirse de una pobreza argumental que fue imposible de superar, entre otros motivos, por el tardío interés de la opinión pública, la absurda premura del oficialismo por sancionar el instrumento, y el diseño reglamentario que simplificó obscenamente el intercambio legislativo, a pesar de la trascendencia de la materia, para banalizarla. Sin dudas, hay una realidad sistémica que promete una sobrecarga y un cortocircuito, ya que no existe una convincente y elemental agregación de demandas, ni siquiera las formuladas por los propios partidarios del gobierno nacional que, rara avis in terris, claman por una unidad monolítica, compacta y asfixiante.
Días antes de iniciarse la segunda discusión del proyecto, tuvimos la ocasión de ponderar algunas de las consideraciones hechas por el representante de una entidad que agremia a distribuidores dizque independientes del cine, en la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional. Por el carácter de sus reclamos, enfatizando la lealtad hacia el consabido mandatario fallecido, concluyó en el predominio de la cinematografía imperialista en nuestro país, por obra de las empresas que monopolizan el sector.
No hubo ocasión de refutar a la persona invitada por la presidencia de la Comisión, remitida – entendimos – por la directiva de la Asamblea Nacional, pero nos sorprendió mucho una versión que choca con la de los aficionados, como el suscrito. La “transculturización” constituye un problema que la revolución no ha logrado todavía remediar, se dijo con un convencimiento total.
Preocupa porque hay una verdad aceptada y acatada, a pesar de las evidencias. La consigna trastocada en dogma, impide la más mínima interrogación en resguardo de la insostenible unidad, compactación y asfixia política que tiene por único porvenir el de imponerla al resto del país.
Meses atrás, a modo de ilustración, tuvimos ocasión de deleitarnos con un título de Lorena Pino Montilla y Frank Lugo Cañas, obsequio del profesor Guzmán: “Distribución y exhibición del cine en Caracas 1950-1960” (ININCO, Caracas, 2004). Versa sobre el comercio y la taquilla del emblemático cine citadino, relacionando las empresas y las salas de proyección, el precio de las entradas y la rentabilidad del negocio, la asistencia al espectáculo y la correlación de edades, entre otros datos reveladores.
La obra en cuestión, tiene por una inmensa ventaja la de fundarse en la Gaceta Municipal y los registros mercantiles, como – plus interesantísimo - en el inédito e incontestable cuaderno de ingresos de taquilla de diferentes salas. Y es que – sintetizamos – no sólo había una numerosa y superior competencia entre las diferentes empresas del ramo, sino que nos caracterizaba una mayor variedad de filmes procedentes de distintos países.
Empíricamente, tenemos la impresión de una anterior filmografía cosmopolita, sustentable, diversa y – valga acotar – afianzada por una crítica especializada, generadora de múltiples publicaciones e, incluso, empleos directos e indirectos, como ahora no la hay. Nos basamos en nuestro modesto testimonio personal, gracias a los circuitos públicos y privados que disfrutábamos (además, seguros), y – propensos a la vieja prensa – por las incontables carteleras cinematográficas que revelan una oferta cultural también alternativa. Sin embargo, ausente toda prueba, sobrevive la consigna dividiéndonos artificialmente, gracias a una increíble dosis de irracionalidad.
Luego, partiendo del supuesto de una entera penetración imperialista o neocolonialismo cultural, no contamos con explicación alguna sobre el contrastante predominio del cine hollywoodense y el monopolio de la distribución que se alega, desde 1998. Además, como refiriera la diputada gubernamental Gladys Requena, presidente de la citada Comisión, en la entrevista concedida a un diario de circulación nacional, confundiendo transculturización con dependencia cultural, la prevención y declarada alergia frente a las películas colombianas o uruguayas.
Añadamos otra circunstancia, como la promoción de una industria nacional únicamente de corte oficial, oficialista y oficiosa. Hablando de un determinado modelo de negocio, hemos tenido ocasión de apreciar, cuestionar y denunciar la inyección de cuantiosos recursos a proyectos filmográficos, decididos desde el más alto nivel gubernamental, consagrando el favoritismo (por ejemplo, http://www.youtube.com/watch?v=8gGURCKUwig), redundando en la sospecha de un extravío interesado que no significa una automática descalificación personal de los realizadores por parte nuestra.
Ordena la novísima Ley Orgánica de Cultura que ha tardado en promulgarse, la revisión de leyes como la del Cine, pero tal esfuerzo no debe realizarse si no media la palabra, la razón, la sindéresis y la disposición de rectificar en torno a aquél instrumento sobre el cual el TSJ ha de pronunciarse, interpuesto el recurso correspondiente de nulidad respecto al articulado que violenta la Constitución, El oficialismo llama al auto-engaño, fingiéndonos en una epopeya anti-imperialista, anti-colonialista y todo lo que acarreé el prefijo e su beneficio, pero la realidad es que el socialismo rentista inexorablemente produce un cine rentista, haciéndolo acá o importándolo.
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/7517471.asp
1920
1929
1938
1943
1962
1962
1963
1966
1981
1982
lunes, 9 de septiembre de 2013
lunes, 2 de septiembre de 2013
domingo, 1 de septiembre de 2013
Anticultura
Desprecio a nuestra historia cultural
Fernando Facchin B.
Con la recién aprobada Ley de la Cultura surge la incongruencia y confusión en intelectuales, artistas, creativos, políticos y comunicadores sociales, ante los desprecios a la historia cultural del país, a la creatividad artística y a la realidad nacional.
Es perversa manipulación de la “creación y la difusión artística e intelectual”. Nuestra cultura tradicional siempre manifestó una gran resistencia y energía, y su esencia continuó transmitiéndose a través de las generaciones.
El chavismo pretende destruir la cultura tradicional que es el alma de una nación. El desarrollo cultural define la historia de la civilización de una sociedad. La completa destrucción de la cultura de un pueblo conduce al exterminio de la nación. La destrucción de su cultura tradicional mediante una ley, es un crimen imperdonable.
Contrariamente a la ley, que dicta reglas rígidas, la cultura actúa como un limitador moderado. La ley impone un castigo después de que se comete un crimen; en cambio la cultura, al alimentar la moral, impide que el crimen suceda. Los valores morales de una sociedad suelen reflejarse en su cultura.
Desde 1999, la llegada al poder del legador de la maldad, destinó los recursos nacionales a destruir la cultura tradicional de la nación. Fue algo planeado, bien organizado y sistemático, sustentado por el uso de la violencia de Estado, como en el caso de la usurpación de los Ateneos.
Aún más despreciable, la ley garantiza al gobierno el mal uso intencional y la alteración solapada de nuestros valores culturales que se ha venido ejecutando desde 1999; se resaltan las páginas malas de la historia y se oculta la verdad histórica de nuestro desarrollo y gentilicio, para crear su propio conjunto de parámetros amorales, de maneras equivocadas de pensar y su sistema de escatológico discurso de violencia verbal.
Este proceso ha traído consecuencias nefastas para Venezuela. La gente no sólo perdió sus principios morales, sino que es víctima de un adoctrinamiento con las teorías perversas del chavismo, así, la destrucción que se hace de la cultura tradicional con la aberrante ley inquisidora, es un ataque directo a la moral nacional, que aniquila las bases para la paz y la armonía de la sociedad. Nuestra cultura tradicional nos distingue como ciudadanos socialmente respetados y es un obstáculo para la tiranía. Más temprano que tarde retomaremos nuestros valores culturales y nuestra condición de ciudadanos libres.
La anticultura del chavismo canoniza a su líder y fomenta un culto a su persona, por lo que no va a permitir la permanencia de conceptos culturales de tan larga tradición en el país, su política y sumisión entran en la categoría del crimen más infame y descomunal a la sociedad y la democracia.
El legador sabía que mientras existiera la cultura tradicional, el pueblo no aprobaría su proceder, ni lo vería como “grandioso, cargado de gloria y acertado”. El pueblo no se convertiría en marioneta del poder, y él, no podría imponer obediencia en el pensamiento de las masas, ni la política de la incriminación. La cultura tradicional desafía la legitimidad del régimen.
Nuestra cultura tradicional cree en la democracia, la libertad de pensamiento y expresión, en la creatividad de nuestros artistas y esa creencia socava las bases gubernamentales. El chavismo y su legado responden a un fin político perverso, de preservación y consolidación de la tiranía, del engaño, la maldad y la violencia.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/16478-desprecio-a-nuestra-historia-cultural
Fernando Facchin B.
Con la recién aprobada Ley de la Cultura surge la incongruencia y confusión en intelectuales, artistas, creativos, políticos y comunicadores sociales, ante los desprecios a la historia cultural del país, a la creatividad artística y a la realidad nacional.
Es perversa manipulación de la “creación y la difusión artística e intelectual”. Nuestra cultura tradicional siempre manifestó una gran resistencia y energía, y su esencia continuó transmitiéndose a través de las generaciones.
El chavismo pretende destruir la cultura tradicional que es el alma de una nación. El desarrollo cultural define la historia de la civilización de una sociedad. La completa destrucción de la cultura de un pueblo conduce al exterminio de la nación. La destrucción de su cultura tradicional mediante una ley, es un crimen imperdonable.
Contrariamente a la ley, que dicta reglas rígidas, la cultura actúa como un limitador moderado. La ley impone un castigo después de que se comete un crimen; en cambio la cultura, al alimentar la moral, impide que el crimen suceda. Los valores morales de una sociedad suelen reflejarse en su cultura.
Desde 1999, la llegada al poder del legador de la maldad, destinó los recursos nacionales a destruir la cultura tradicional de la nación. Fue algo planeado, bien organizado y sistemático, sustentado por el uso de la violencia de Estado, como en el caso de la usurpación de los Ateneos.
Aún más despreciable, la ley garantiza al gobierno el mal uso intencional y la alteración solapada de nuestros valores culturales que se ha venido ejecutando desde 1999; se resaltan las páginas malas de la historia y se oculta la verdad histórica de nuestro desarrollo y gentilicio, para crear su propio conjunto de parámetros amorales, de maneras equivocadas de pensar y su sistema de escatológico discurso de violencia verbal.
Este proceso ha traído consecuencias nefastas para Venezuela. La gente no sólo perdió sus principios morales, sino que es víctima de un adoctrinamiento con las teorías perversas del chavismo, así, la destrucción que se hace de la cultura tradicional con la aberrante ley inquisidora, es un ataque directo a la moral nacional, que aniquila las bases para la paz y la armonía de la sociedad. Nuestra cultura tradicional nos distingue como ciudadanos socialmente respetados y es un obstáculo para la tiranía. Más temprano que tarde retomaremos nuestros valores culturales y nuestra condición de ciudadanos libres.
La anticultura del chavismo canoniza a su líder y fomenta un culto a su persona, por lo que no va a permitir la permanencia de conceptos culturales de tan larga tradición en el país, su política y sumisión entran en la categoría del crimen más infame y descomunal a la sociedad y la democracia.
El legador sabía que mientras existiera la cultura tradicional, el pueblo no aprobaría su proceder, ni lo vería como “grandioso, cargado de gloria y acertado”. El pueblo no se convertiría en marioneta del poder, y él, no podría imponer obediencia en el pensamiento de las masas, ni la política de la incriminación. La cultura tradicional desafía la legitimidad del régimen.
Nuestra cultura tradicional cree en la democracia, la libertad de pensamiento y expresión, en la creatividad de nuestros artistas y esa creencia socava las bases gubernamentales. El chavismo y su legado responden a un fin político perverso, de preservación y consolidación de la tiranía, del engaño, la maldad y la violencia.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/16478-desprecio-a-nuestra-historia-cultural
La culta oposición
Oposición cultural
Ox Armand
Ordenada desde arriba, no hay razones para pensar que Nicolás Maduro devolverá la Ley Orgánica de Cultura recientemente sancionada. La tardanza se deberá a un problema de agenda, porque harán un tremendo acto que catalpultará y candidateará a la diputada Gladys Requena como futura ministro, mas no a ciertas veleidades técnicas. De ocurrir, esa aspiración ministerial revelaría una dura resistencia más allá de las intrigas de las que todavía nos hace pensar Maquiavelo, con o sin Rafael del Águila que lo explique. Lo cierto es que ese esperpento de Ley, puede verse en varias claves. Está la sociológica, revelándonos a los grupos y subgrupos, tendencias y ramificaciones que pugnan por alcanzar una cuota del presupuesto en los términos de reparto que consagró Farruco Sesto y que el pobre Fidel Barbarito ni siquiera concibe, arriesgando cada día el puesto. Fuera del gobierno, todos se hicieron la ilusión que les dejó la Ley Orgánica del Deporte: pasar por debajo de la mesa. La psico-sociológica aturde, porque el instrumento está impregnado de un marxismo que muy bien repudiaría Ludovico Silva, que dice más de las consignas del Congreso Cultural de Cabimas hacia principios de los setenta, demasiados hueras y simplistas. Apenas, el PSUV ha dicho que la cultura no es una mercancía o que el rock está en la Ley, mas ni la sra. Requena ni el sr. Paul Gillman, se han atrevido a una escenario de discusión que vaya más allá del neocolonialismo. Todo esto nos lleva a un imaginario social revolucionario, con código y con gestos que se creen propios del PRV de Douglas Bravo y su alianza con la Cuba que se desprendió y peleó con el PCV hacia mediados de los sesenta. Añadamos la clave política, porque el autoritarismo hace bulto, o la económica, porque los empresarios serán masivamente pechados para un fondo que les será y nos será siempre ajenos, como el FONDEN.
Prefiero asumir la cosa en clave de oposición. No la hubo salvo la solitaria posición de un diputado que cargó con el muerto. Del resto no la hubo. A pesar de que esa ley era una espada de Damocles cernida sobre el cuello – valga destacar – de la más ilustrada oposición de clase media y, a juzgar por las fundaciones privadas y la gran prensa, de la burguesía. Esa Ley de Cultura fue sancionada entre el 6 y el 13 de agosto y, por más que busco, no existe con antelación ninguna consideración de la oposición ilustrada. Ni el propósito de leerla, aprenderla y criticarla. Una que otra cosita aparecida en los periódicos, no autoriza a hablar de una postura crítica de la oposición cultural. Todos callaron porque las universidades y las fundaciones, sus empleadores, callaron también. El único, real y sentidísimo brinco que dieron fue cuando se anunció la contribución, el impuesto o la tasa para el Fondo de Cultura, porque – como la del Deporte, Ciencia, Trabajo, Drogas u otros parecidos – estaba en el libreto pero no se percataron. Hubo escritores, poetas, dramaturgos y mimos, que pudieron decir algo desde sus particulares ámbitos laborales o regionales, pero no lo hicieron salvo los que tuvieron ocasión de hallar un cupo en la gran prensa televisiva o impresa para los cinco minutos de fama a lo Warhol. La alta gerencia de las fundaciones se cuidó de no pelear con el gobierno y les fue hasta fácil porque ¿para qué entenderse con los políticos y menos de la oposición, si están los del gobierno? Además, porque sabrían que éstos se opondrían a la ley como irresponsablemente no lo hicieron con la del Deporte. Al fin y al cabo, ésta habla de cuantiosas divisas y la otra de cultura…
La transmisión de ANTV sirve para el dato político más importante y no por los diputados de la oposición que se quedaron hasta lo último de la sesión de la Ley Orgánica de Cultura, sino por las barras. Tengo amigos que hacen política y me dijeron que esas barras movidas por el gobierno y que aplaudían al gobierno estaban llenas de militantes de AD y de COPEI que extrañan no ser gobierno. En nombre de la cultura se movilizaron para apoyar la Ley.
Todo lo que he dicho nos lleva a una conclusión: ¡qué culta es la oposición! (rimó sin querer).
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/16479-oposicion-cultural
Ox Armand
Ordenada desde arriba, no hay razones para pensar que Nicolás Maduro devolverá la Ley Orgánica de Cultura recientemente sancionada. La tardanza se deberá a un problema de agenda, porque harán un tremendo acto que catalpultará y candidateará a la diputada Gladys Requena como futura ministro, mas no a ciertas veleidades técnicas. De ocurrir, esa aspiración ministerial revelaría una dura resistencia más allá de las intrigas de las que todavía nos hace pensar Maquiavelo, con o sin Rafael del Águila que lo explique. Lo cierto es que ese esperpento de Ley, puede verse en varias claves. Está la sociológica, revelándonos a los grupos y subgrupos, tendencias y ramificaciones que pugnan por alcanzar una cuota del presupuesto en los términos de reparto que consagró Farruco Sesto y que el pobre Fidel Barbarito ni siquiera concibe, arriesgando cada día el puesto. Fuera del gobierno, todos se hicieron la ilusión que les dejó la Ley Orgánica del Deporte: pasar por debajo de la mesa. La psico-sociológica aturde, porque el instrumento está impregnado de un marxismo que muy bien repudiaría Ludovico Silva, que dice más de las consignas del Congreso Cultural de Cabimas hacia principios de los setenta, demasiados hueras y simplistas. Apenas, el PSUV ha dicho que la cultura no es una mercancía o que el rock está en la Ley, mas ni la sra. Requena ni el sr. Paul Gillman, se han atrevido a una escenario de discusión que vaya más allá del neocolonialismo. Todo esto nos lleva a un imaginario social revolucionario, con código y con gestos que se creen propios del PRV de Douglas Bravo y su alianza con la Cuba que se desprendió y peleó con el PCV hacia mediados de los sesenta. Añadamos la clave política, porque el autoritarismo hace bulto, o la económica, porque los empresarios serán masivamente pechados para un fondo que les será y nos será siempre ajenos, como el FONDEN.
Prefiero asumir la cosa en clave de oposición. No la hubo salvo la solitaria posición de un diputado que cargó con el muerto. Del resto no la hubo. A pesar de que esa ley era una espada de Damocles cernida sobre el cuello – valga destacar – de la más ilustrada oposición de clase media y, a juzgar por las fundaciones privadas y la gran prensa, de la burguesía. Esa Ley de Cultura fue sancionada entre el 6 y el 13 de agosto y, por más que busco, no existe con antelación ninguna consideración de la oposición ilustrada. Ni el propósito de leerla, aprenderla y criticarla. Una que otra cosita aparecida en los periódicos, no autoriza a hablar de una postura crítica de la oposición cultural. Todos callaron porque las universidades y las fundaciones, sus empleadores, callaron también. El único, real y sentidísimo brinco que dieron fue cuando se anunció la contribución, el impuesto o la tasa para el Fondo de Cultura, porque – como la del Deporte, Ciencia, Trabajo, Drogas u otros parecidos – estaba en el libreto pero no se percataron. Hubo escritores, poetas, dramaturgos y mimos, que pudieron decir algo desde sus particulares ámbitos laborales o regionales, pero no lo hicieron salvo los que tuvieron ocasión de hallar un cupo en la gran prensa televisiva o impresa para los cinco minutos de fama a lo Warhol. La alta gerencia de las fundaciones se cuidó de no pelear con el gobierno y les fue hasta fácil porque ¿para qué entenderse con los políticos y menos de la oposición, si están los del gobierno? Además, porque sabrían que éstos se opondrían a la ley como irresponsablemente no lo hicieron con la del Deporte. Al fin y al cabo, ésta habla de cuantiosas divisas y la otra de cultura…
La transmisión de ANTV sirve para el dato político más importante y no por los diputados de la oposición que se quedaron hasta lo último de la sesión de la Ley Orgánica de Cultura, sino por las barras. Tengo amigos que hacen política y me dijeron que esas barras movidas por el gobierno y que aplaudían al gobierno estaban llenas de militantes de AD y de COPEI que extrañan no ser gobierno. En nombre de la cultura se movilizaron para apoyar la Ley.
Todo lo que he dicho nos lleva a una conclusión: ¡qué culta es la oposición! (rimó sin querer).
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/16479-oposicion-cultural
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